Georgia atraviesa una crisis política honda desde hace ya mucho tiempo que se vio acelerada tras las elecciones del 26 de octubre. En aquellos comicios, algunos periodistas y analistas, junto a líderes europeos, apostaron por leer la coyuntura política georgiana como un plebiscito entre Rusia y la Unión Europea. Para las perspectivas más pretendidamente simplistas, los que estaban enfrente de las candidaturas europeístas eran, esencialmente, subsidiarios de Putin.
No era exactamente así. Sueño Georgiano, los “prorrusos”, habían ganado todas las elecciones desde 2012 y, como bloque, ha girado recientemente hacia posturas ultraconservadoras, en particular en lo referente a los derechos LGTBIQ+. Si bien es un partido político escéptico con la integración europea, sin duda tampoco está dedicidamente alineado con Moscú.
Plantear la crisis como una dicotomía prorrusos-antirrusos evidencia un notorio desconocimiento de la realidad nacional georgiana: ser prorruso en Georgia sería un desastre político
De hecho, plantear la crisis como una dicotomía prorrusos-antirrusos evidencia un notorio desconocimiento de la realidad nacional georgiana: ser prorruso en Georgia sería un desastre político, pues el país tiene dos espinas clavadas en su narrativa nacional: Osetia del Sur y Abjasia, ambos territorios secesionados de facto gracias al apoyo de Rusia.
Aquellas elecciones eran casi un plebiscito, sí, pero en clave continuidad/cambio interno, aunque la oposición trazó un paralelismo peligroso, pues habló de Sueño Georgiano como de un bloque que estaba virando hacia un autoritarismo “a la Yanukovich”. Víktor Yanukóvich, recuérdese, fue el presidente ucraniano calificado de “prorruso” cuyo mandato fue culminado anticipadamente en 2014 a través del ciclo conocido como “Euromaidán”. Tras él, fue Poroshenko; después, Zelenski. El resto es historia.
A la oposición anti Sueño Georgiano le une, ante todo, una idea: Europa. El horizonte de la incorporación de Georgia a la Unión Europea posibilitó un cierre de filas en las elecciones presidenciales de 2018 que auparon a la liberal europeísta Salomé Zurabishvili a la jefatura del Estado georgiano. Hoy, esta líder, aliada de la UE, reitera que se aferrará a la presidencia más allá del 14 de diciembre, fecha en la que deberían celebrarse nuevas elecciones presidenciales.
¿Por qué? Básicamente, se alega que las elecciones parlamentarias del 26 de octubre, en las que Sueño Georgiano habría logrado un 54% de los comicios, fueron fraudulentas. En aquel momento, la presidenta Zurabishvili alentó, a las claras, un Maidán georgiano: “Hemos sido testigos y víctimas de una operación especial rusa. […] No reconozco las elecciones. No aceptaremos esta nueva forma de subyugación a Rusia”. Desde finales de noviembre, las protestas se intensificaron, y la represión también.
Europa ha decidido echar leña al fuego de una crisis cada vez más grave. La cúpula de la Unión Europea ha venido secundando la tesis del fraude electoral ruso en Georgia, así como varios gobiernos miembros, como Suecia o los bálticos. Kaja Kallas, jefa de la diplomacia europea, amenazó al país con sanciones, y von der Leyen celebró que el pueblo georgiano había optado por un “futuro europeo”. Como remate, la Eurocámara decretó el rechazo de los resultados y exigió la repetición de los mismos.
La crisis georgiana es una crisis europea, y no tiene ningún sentido que las autoridades de la Unión sigan calentando el país
La respuesta del gobierno georgiano ha sido contundente y confirma las tensiones entre la Unión Europea y Georgia: el primer ministro Irakli Kobakhidze congeló el proceso de adhesión del país a la Unión Europea hasta 2028 y anunció que rechazaría la ayuda económica de Bruselas; no obstante, la UE ya había suspendido esta ayuda en mayo tras la aprobación de la Ley de Agentes Extranjeros.
La crisis georgiana es una crisis europea, y no tiene ningún sentido que las autoridades de la Unión sigan calentando el país. La experiencia de la crisis institucional ucraniana y sus consecuencias para la estabilidad en el este de Europa debieron servir como lección… pero no. Europa pretende (o, más bien, desea) jugar un papel destacado en las inevitables (ayer, sistemáticamente negadas) negociaciones con Rusia por el fin de la guerra en Ucrania.
En el contexto previo a dichas conversaciones, las altas autoridades de la UE deciden apoyar explícitamente la desestabilización de un país clave para los intereses de Moscú en el Cáucaso. No parece una decisión muy inteligente; menos lo parece si se considera, nuevamente, que Sueño Georgiano no es un partido equivalente al de Yanukóvich en aquella Ucrania, sino uno relativamente escéptico con la integración europea. Ni más ni menos.
Europa desconoce, o ignora negligentemente, el equilibrio de poderes en el este de Europa
Una especie de “maidán” georgiano no facilitaría la entrada de Georgia en la Unión Europea, únicamente elevaría la inestabilidad en el país y alteraría el statu-quo regional. Si la oposición a Sueño Georgiano logra revertir la situación por medio de un proceso equivalente al ucraniano, su giro proeuropeo sería brusco y, además, las formas del mismo serían percibidas como amenazantes por Rusia. Moscú podría optar por una anexión formal del territorio secesionado de Osetia del Sur… no es difícil imaginar lo que esto significaría para las relaciones rusoeuropeas y para las negociaciones en torno a Ucrania.
Europa desconoce, o ignora negligentemente, el equilibrio de poderes en el este de Europa. Los gobiernos de la Unión Europea cometieron un error catastrófico avivando las llamas del proceso ucraniano y parecen dispuestos a jugar un rol similar en el caso georgiano. Las consecuencias a largo plazo habrán de observarse con cautela, pero por lo pronto corre en riesgo la autoridad europea en las negociaciones en Ucrania.
Y ha de insistirse: una llegada brusca al Ejecutivo georgiano de los partidos proeuropeos podría tensar tanto las cuerdas que echase por tierra, paradójicamente, la propia integración europea del país.